jueves, 13 de agosto de 2015

DAN GANAS DE VOMITAR, APESTA (o el nacimiento de Eleonor)


Salgo a vomitar a la calle, si hubiera sido anoche quizá nadie lo notaria, ahora es medio día y el sol asquea más que un vomito dejado en medio de la calle, siento adormecido el estómago y mi boca está hecha mierda, necesitaré un chicle después de esto.

Anoche me perdí entre pensamientos suicidas y alcohol, beber con arrepentimientos de por medio ya no me parece tan interesante, quizá me puse a llorar sin remordimientos, ya me ha pasado; quizás solo grité y grité desaforadamente, o tal vez confesé mis pecados más lerdos en voz alta cosa que no debo hacer porque en definitiva, aburre. Lo más probable es que, solamente me puse a tomar vaso tras vaso hasta quedar adormecida. Y ahora como resultado salgo a vomitar todo lo bebido.

No entiendo porque la gente que pasa a mí alrededor me arranca la ropa con los ojos, a veces recibo cachetadas que son miradas, y es que descargan su furia en mi cara tan solo mirándome. Si con mirarte la gente produce tanto dolor, deberían de mirar solamente a las palomas que echan su excremento en plena plaza y nadie dice nada.

Tengo el gran deseo de esconder mi cara por 300 años y no mirar ni al viento, pero pronto extrañaría el alcohol, la música estridente, los cigarros, mi espejo, los gritos de mi madre, la amargura de una muerta que nació junto a mí pero que parece estar más viva de lo que yo lo estoy, como sea, ahora estoy nauseabunda, me tambaleo por la vereda, me duele la cabeza, posiblemente vomite nuevamente unas cuadras más adelante.

Sólo sé que me siento nauseabunda, esto asquea, el sol asquea, la gente que mira también asquea, vomitan miradas de asco, vomitan falso moralismo, mejor me alejo de esta peste nauseabunda, y no me estoy refiriendo a mi propio vomito.

Estoy pensando en tu cara, me gusta estar con gente cansada, ellos no te juzgan, ellos no te desaprueban, ellos simplemente se ocupan de su dolor físico y llegan a ocupar tu dolor con su dolor, aunque el tuyo no sea un dolor físico, amo a los enfermos porque ellos no tienen tiempo para mirarte, ellos simplemente sufren al igual que tú, amo los hospitales, los asilos y las morgues, amo las privaciones. Odio el dolor ajeno, ese que te mira con odio, ese que te mira con asco, ese dolor que se ensaña con la juventud, ese dolor que no entiende y te grita “malcriada o malcriado” como si tu comportamiento no fuera resultado de la educación que recibiste de ellos, de esa generación que hoy odia y se ensaña con la generación que ha parido y criado, odio esa clase de odio. Y a la vez odio mi resentimiento.

Amo las relaciones que terminan limpio, a gritos pero vuelven a la cama, quisiera regalarles unos billetes a esos que se gritan en frente mío para que se vayan a un hotel; busco en mis bolsillos y no encuentro nada de dinero, como siempre me lo he gastado todo anoche. Ahora tendré que deambular, sin dinero, medio tambaleante, con cara de espectro y nauseabunda.


II

Me siento frágil, después de 5 o 7 caídas en el asfalto tengo miedo de caerme, sobre todo en mi propio vómito, miro hacia atrás y veo que lo he dejado dos o tres cuadras atrás pero aun así tengo miedo de caerme sobre él. Respiro profundamente para no caer en estado de nauseas nuevamente, me siento fría, seguramente ya me he puesto blanca como el papel y me estoy doblando en dos por una fea sensación que sube desde la boca del estómago, no sé si aún estoy ebria o es un mareo, pero siento que en cualquier momento me iré otra vez al suelo, me siento débil, me tambaleo, tengo la necesidad de sujetarme de alguien, necesito una mano, trato de volver atrás, debo volver al bar, ahí encontrare miles de manos para sujetarme, lo que menos me importa ahora es que alguien me meta mano.

Me desespero, tengo la garganta obstruida y mis ojos inundados de lágrimas, estoy desesperada, carraspeo, me viene una tos, quiero devolver pero no puedo, trato de respirar una vez más, esto parece un trabajo de parto, (que pensamiento más absurdo) no sé qué hacer ahora, nadie me ayuda, todos me miran pero ninguno me da una mano, quiero sentarme en el suelo pero temo caerme de espaldas, siento un raro antojo de beber un poco de cerveza, quizá así se me pasarían los vaguidos y superaría este mal momento. Ahora intento calmarme, intento respirar profundamente, me inclino, siento ganas de orinar, estoy en plena calle, trato de recuperarme, sé que nadie me ayudara, paso la angustia, me enderezo, intento seguir mi camino, tal parece que ya ha pasado todo. Siento calambres en el vientre, doy unos cuantos pasos cortos, se me ofrece llorar pero a nadie le voy a dar el gusto, mejor sigo mi camino.


III

Tengo a Eleonor la de los cabellos tristes, reflejada en un charco de agua, acabo de darle ese nombre, acabo de descubrirla después del vómito, ella nació en ese momento, yo le di vida y ella me dio vida a mí, ella es Eleonor la que estaba buscando, entre tanto alcohol y tanto deambular sola, era ella y ahora la descubrí.

Fue un maravilloso encuentro. Fue ella Eleonor.

Era Eleonor la que faltaba, la que no estaba entre los otros.


DE LA SERIE: LOS RELATOS DE ELEONORA
De: Luis c. Torrico 



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