Salgo a vomitar a la calle, si hubiera sido
anoche quizá nadie lo notaria, ahora es medio día y el sol asquea más que un
vomito dejado en medio de la calle, siento adormecido el estómago y mi boca
está hecha mierda, necesitaré un chicle después de esto.
Anoche me perdí entre
pensamientos suicidas y alcohol, beber con arrepentimientos de por medio ya no
me parece tan interesante, quizá me puse a llorar sin remordimientos, ya me ha
pasado; quizás solo grité y grité desaforadamente, o tal vez confesé mis
pecados más lerdos en voz alta cosa que no debo hacer porque en definitiva,
aburre. Lo más probable es que, solamente me puse a tomar vaso tras vaso hasta
quedar adormecida. Y ahora como resultado salgo a vomitar todo lo bebido.
No entiendo porque la gente que pasa a mí
alrededor me arranca la ropa con los ojos, a veces recibo cachetadas que son
miradas, y es que descargan su furia en mi cara tan solo mirándome. Si con
mirarte la gente produce tanto dolor, deberían de mirar solamente a las palomas
que echan su excremento en plena plaza y nadie dice nada.
Tengo el gran deseo de esconder mi cara por 300
años y no mirar ni al viento, pero pronto extrañaría el alcohol, la música
estridente, los cigarros, mi espejo, los gritos de mi madre, la amargura de una
muerta que nació junto a mí pero que parece estar más viva de lo que yo lo
estoy, como sea, ahora estoy nauseabunda, me tambaleo por la vereda, me duele
la cabeza, posiblemente vomite nuevamente unas cuadras más adelante.
Sólo sé que me siento nauseabunda, esto asquea,
el sol asquea, la gente que mira también asquea, vomitan miradas de asco,
vomitan falso moralismo, mejor me alejo de esta peste nauseabunda, y no me
estoy refiriendo a mi propio vomito.
Estoy pensando en tu cara, me gusta estar con
gente cansada, ellos no te juzgan, ellos no te desaprueban, ellos simplemente
se ocupan de su dolor físico y llegan a ocupar tu dolor con su dolor, aunque el
tuyo no sea un dolor físico, amo a los enfermos porque ellos no tienen tiempo
para mirarte, ellos simplemente sufren al igual que tú, amo los hospitales, los
asilos y las morgues, amo las privaciones. Odio el dolor ajeno, ese que te mira
con odio, ese que te mira con asco, ese dolor que se ensaña con la juventud,
ese dolor que no entiende y te grita “malcriada o malcriado” como si tu
comportamiento no fuera resultado de la educación que recibiste de ellos, de
esa generación que hoy odia y se ensaña con la generación que ha parido y
criado, odio esa clase de odio. Y a la vez odio mi resentimiento.
Amo las relaciones que terminan limpio, a
gritos pero vuelven a la cama, quisiera regalarles unos billetes a esos que se
gritan en frente mío para que se vayan a un hotel; busco en mis bolsillos y no
encuentro nada de dinero, como siempre me lo he gastado todo anoche. Ahora
tendré que deambular, sin dinero, medio tambaleante, con cara de espectro y
nauseabunda.
II
Me siento frágil, después de 5 o 7 caídas en el
asfalto tengo miedo de caerme, sobre todo en mi propio vómito, miro hacia atrás
y veo que lo he dejado dos o tres cuadras atrás pero aun así tengo miedo de
caerme sobre él. Respiro profundamente para no caer en estado de nauseas
nuevamente, me siento fría, seguramente ya me he puesto blanca como el papel y
me estoy doblando en dos por una fea sensación que sube desde la boca del
estómago, no sé si aún estoy ebria o es un mareo, pero siento que en cualquier
momento me iré otra vez al suelo, me siento débil, me tambaleo, tengo la
necesidad de sujetarme de alguien, necesito una mano, trato de volver atrás,
debo volver al bar, ahí encontrare miles de manos para sujetarme, lo que menos
me importa ahora es que alguien me meta mano.
Me desespero, tengo la garganta obstruida y mis
ojos inundados de lágrimas, estoy desesperada, carraspeo, me viene una tos, quiero
devolver pero no puedo, trato de respirar una vez más, esto parece un trabajo
de parto, (que pensamiento más absurdo) no sé qué hacer ahora, nadie me ayuda,
todos me miran pero ninguno me da una mano, quiero sentarme en el suelo pero
temo caerme de espaldas, siento un raro antojo de beber un poco de cerveza,
quizá así se me pasarían los vaguidos y superaría este mal momento. Ahora
intento calmarme, intento respirar profundamente, me inclino, siento ganas de
orinar, estoy en plena calle, trato de recuperarme, sé que nadie me ayudara,
paso la angustia, me enderezo, intento seguir mi camino, tal parece que ya ha
pasado todo. Siento calambres en el vientre, doy unos cuantos pasos cortos, se
me ofrece llorar pero a nadie le voy a dar el gusto, mejor sigo mi camino.
III
Tengo a Eleonor la de los cabellos tristes,
reflejada en un charco de agua, acabo de darle ese nombre, acabo de descubrirla
después del vómito, ella nació en ese momento, yo le di vida y ella me dio vida
a mí, ella es Eleonor la que estaba buscando, entre tanto alcohol y tanto
deambular sola, era ella y ahora la descubrí.
Fue un maravilloso encuentro. Fue ella Eleonor.
Era Eleonor la que faltaba, la que no estaba
entre los otros.
DE LA SERIE: LOS
RELATOS DE ELEONORA
De: Luis c.
Torrico
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