miércoles, 19 de agosto de 2015

DÍAS IMPERFECTOS EN UNA CIUDAD CARÍSIMA


No voy a hablar del plan de robar porque salió mal, me senté junto a una tartamuda que se esforzaba en leer un tonto libro de trabalenguas toda la tarde, le sonaba el móvil pero no hacía caso, al parecer era más sorda que muda o más tonta que sorda, era insegura, cruzaba las piernas y cuando sentía que se las miraba, me miraba de reojo y descruzaba las piernas, era algo lerda para sacar el papel y el bolígrafo cuando quería tomar nota de algo que había intentado leer pero no podía,  no era capaz de hacer una nota grabada en su móvil aunque le hubiera resultado más sencillo, era tímida pero cuando miraba lo hacía con mucha desconfianza, casi desafiaba con la mirada, era necia, no se retiraba a pesar que le devolvía las miradas dirigidas a sus piernas, era antipática, le pregunte un par de cosas y nunca respondió, solo miraba, como no podía hablar bien parece que quería ladrar pero en realidad solo intentaba decir una palabra corta para decirlo todo.

Nervioso porque se ponía a buscar papel y bolígrafo toda atolondrada y torpe, quise prestarle mí móvil apretando el micrófono en la opción de notas, pero el sol daba en la pantalla y no podía ver claramente, y entonces pensé que todo era un presagio de un mal día en aquella ciudad tan cara, llena de gente antipática y mujeres como esta, que miran con desprecio, no responden cuando se les pregunta y hacen gala publica de sus defectos, y no me refiero solo a los defectos físicos.

El sol es terriblemente peligroso en una ciudad tan alta como esta, vine a contraer alergias que no puedo calmar porque no tengo una receta para surtir en una farmacia, y no tengo receta porque una consulta médica me sale sumamente cara y no puedo pagarla porque ya el dinero se me está agotando rápidamente. Y es que en esta ciudad, apenas uno cambia un billete el resto no le sirve para nada como no sea comprar unos dulces que además terminaran arruinando mi dentadura muy pronto.

Alimentarse de dulces en una ciudad tan cara con un sol tan vivo no es nada bueno, el calor es tan intenso que quema mis mejillas y me produce dolor en la cabeza, y en los ojos cuando miro a mi alrededor. Comenzando a planificar ya el día de mañana pienso que lo mejor es levantarse a las 4 de la mañana cuando el sol aún no ha salido, buena hora para comenzar a deambular por calles y avenidas mientras intento distraer el hambre, el único problema son mis zapatillas deportivas que ya están muy gastadas, tanto que al pisar ya siento el piso, y temo que en una de mis salidas se vaya a agujerear de algún lado de la planta, o se vaya a descoser de alguno de sus costados, entonces si estaré en problemas porque aparte de no poder pagar la reparación me quedare sin zapatos.

Tendré que subir al bus y pasear sentado viendo el paisaje desde la ventanilla, viendo la gente engullir sus apetitosos desayunos cómodamente sentados en esos restaurantes a los cuales no puedo entrar, y quizá busque un pedazo de dulce en mi bolsillo para irlo degustando el resto del camino para falsear a mi estómago una vez más, pero ahora recuerdo que los únicos centavos que tengo no puedo gastármelos en el bus porque los estoy guardando como oro para poder comprar unos cuantos dulces más, tal vez deba vender mi móvil para tener un poco más de dinero por algunos días más y hasta podría comprarme otras zapatillas deportivas en algún mercadillo o entrar a uno de esos restaurantes a comer unas donas y una buena malteada y hasta dejar tres centavos de propina, total que con el móvil en mi poder es poco lo que puedo hacer, no puedo recibir llamadas porque no tengo crédito para comprar una nueva sim card, tampoco puedo usar mucho sus aplicaciones en red porque en esta ciudad hay pocos lugares con WIFI abierto, al final, lo único para lo que me sirve es para ir apuntando relatos patéticos como éste y que al final no verán la luz más que del sol que le da encima a la pantalla del móvil.

Después del desgaste de mis únicos zapatos y de haber visto edificios, casas coloniales, plazas, monumentos y mujeres, creo que lo mejor que puedo hacer es irme, tomar mi mochila como única pertenencia y caminar por el asfalto hasta que las calles dejen de ser calles, hasta que el asfalto de la calle se convierta en asfalto de carretera y hasta que el asfalto caliente empiece a sentirse dentro de mis zapatillas; y descubriendo algún agujero en la parte más blanda de la planta me tenga que quedar varado en alguna estación o en la orilla de una carretera, mirando los carros pasar, esperando a que uno de ellos pare y quiera llevarme a que importa dónde lo que importa es que quede lejos muy lejos de esta ciudad tan cara en la que no puedo ni siquiera sobrevivir, lejos muy lejos de sus restaurantes  que parecen más estantes de una vida que no puedo tener y de sus calles olor a comida cara, lejos muy lejos de sus licores en botella de vidrio muy bien precintada con precio subido por la espuma, lejos muy lejos de donde la ostentación se derrocha en vestidos de alta moda y mujeres vestidas con alarde de película Hollywoodense. Sí, lejos muy lejos de la ciudad, sus mujeres y otros vicios que no son los míos.

DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO
De: Luis c. Torrico 




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