Mírale, en una puerta
deposita su mala gana, y lo critico a él como si fuera un espejo, su pequeño
cuerpo me recuerda al mío la última vez que me vi en un espejo, -espejo,
espejito, ¿qué estarías haciendo?- seguramente en ese su cuerpo echa alipúses
desde el jueves y entrado el fin de semana echa otros líquidos a su organismo
acompañados de anfetaminas, y llegado el lunes por la ventana de la madruga
echa una cerveza para calmar la verdadera sed, que es desenfrenada como la fe, yo
lo haría así, si aún pudiera.
Luego advierto el
lunes en sus ojos, con tanta agonía que quiere llorar, así son los lunes,
síntoma del lunes es estar agobiado, adormilado y hecho trizas hasta más no
poder; con razón descansa sobre una puerta como huérfano sin casa, como pájaro
sin árbol, como dueño vagabundo sin mascota. Miro sus ojos y miro el lunes, y
veo en el lunes la miseria de la vida, sueño o pesadilla, más miseria que el
lunes no puede haber. Y más miseria que escribir sobre el lunes, no puede ser
más miserable el desperdicio.
El lunes es un grito
miserable, él es un grito miserable, su flojera, su no importismo me producen
tristeza, me hace sentir frio en el cuerpo,
me hace navegar sobre mi propia pobre existencia. Saco una cajetilla de
cigarros para calentar mi cuerpo, siempre es mejor meditar con un cigarro en
las manos, al menos así te convences a ti mismo que lo estás haciendo aunque en
realidad estás pensando en otra tontería que no sea tu propia vida. El cigarrillo
es un vicio menos inaceptable que pensar, -ahora tengo ganas de beberme un
alipús junto a mi cigarrillo- esa enfermedad que se llama vida te llena de
deseos más que de vicios, y eso en verdad es lo decepcionante, lo otro es
aceptable.
Mírale como mira el
suelo, como si buscara en la sombra la silueta de una muchacha de reformatorio
de la cual se enamoró perdidamente; esta clase de perturbados en verdad me
enferman, parecen tan inocentes, parecen tan serios. En verdad que me enferma y
termino aceptando la idea de que en realidad no se parece en nada a mí, excepto
en que para olvidarse de su vida y sus decepciones se aferra a un rincón de la
puerta.
DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO
De: Luis c. Torrico
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