Paso por última vez mis pies por las calles
de esta ciudad rentada al comercio y a la venta de cuerpos, de deseos, de
soledades, de solidaridades de teletón y todo lo que se pueda vender, ya no
cabe la idea de pasar por una calle sin ver un negocio, sea éste pequeño o
grande. Y al final ya no nos preguntamos por el nombre de la calle para llegar
a un destino sino por los comercios que existen a su alrededor.
Y si paso por un aparador lo que veo son
enormes televisores plasma donde veo que la vida privada se ha convertido
también en una buena oportunidad para hacer negocio, la masturbación es objeto
de debate innecesario y polémica infructuosa, ojos y miradas que critican,
oídos más que dispuestos a escuchar la vida ajena, me pregunto si mi
masturbación será expuesta algún día de manera tan lamentable.
Toda mi masturbación va aparecer en las
páginas de una revista barata. Y se va a borrar la historia de esta ciudad, ya
nadie leerá el pasado de esta ciudad, todos se ocuparan por conocer una
masturbación como la mía, los tabloides van a reducir la historia lamentable de
mi masturbación a unas cuantas líneas sensacionalistas y así flexibilizaran su
cargada agenda periodística.
Los titulares más significativos dirán que la
naturaleza es loca, y resumirán la vida en una descarga de emociones, y así
desaparecerán la ciudad. Los libros serán manuales para reescribir la vida, te
enseñaran como guardar tus recuerdos en saco roto y reinventarte en un género
único en el que no caben ambigüedades como hombre o mujer, te mandaran al
estilista para sacarte más que los cabellos las ideas, te enseñaran a borrar
mil veces tu nombre hasta que quedes hecho un fantasma que vaga por las calles
sin nombre, con aparatosas tiendas en las que si te detienes a mirar bien,
podrás ver reflejado en el cristal de sus mostradores el fantasma en el que te
has convertido. Y miraras pasar otros fantasmas muy parecidos a ti buscando la
última moda. Y entonces descubrirás en que ha quedado todo este asunto de la
ciudad.
La alucinación
Un día me desperté y me di cuenta que la
ciudad había desparecido, quise comentarlo con mi mejor amigo, y me di cuenta
que tenía que recurrir al móvil para hacerlo, y que si no compraba crédito no
tenía derecho a comentarlo con mi viejo amigo de toda la vida, entonces me
quede ahí mismo con todas mis ganas de hacerlo.
Me puse a caminar sin rumbo como siempre lo
hago, y pensé que no podía tener una conversación divertida y abierta con mi
viejo amigo sin que alguien estuviera guardando los mensajes que estaríamos
intercambiando, me detuve, me sentí observado, luego pensé que era algo a lo
que ya estaba acostumbrado, mire al cielo, busqué una estrella, lo único que vi
se parecía un cometa o más bien un satélite, pensé estar soñando, pero no era
así solo estaba imaginando, y luego me pregunte ¿qué sería de mí sin mi
imaginación?
Luego seguí caminando, me puse a hablar solo,
pensé que era la única manera de que no grabaran lo que estaba diciendo, pero
luego me entro la duda, me detuve, mire atrás, mire a todos lados con ojos
desconfiados, puse las manos en los bolsillos del pantalón y sin saber que más
hacer seguí caminando murmurando secretamente lo que en mi cabeza estaba
hablando.
Fin de la alucinación
Solo quería caminar tranquilo con mis manos
en los bolsillos, pero de pronto llegaron los grandes aparadores que distraen y
la música que sale de las tiendas, me perturbaron esas ruidosas publicidades
que aparecen en esas enormes pantallas colgadas en las grandes paredes.
Hay un menú para todo, uno para vestirse,
otro para comer, otro para ver la tv y otro para sustituir el amor por el sexo,
no puedo negar que este último me pareció el más salvaje. Al llegar a una
avenida más o menos vacía y tranquila, recogí un pedazo de papel que al parecer
era el retazo de la hoja de un libro de historia que a la letra citaba una
fecha histórica de hace muchos siglos atrás, pero como era un retazo solo se
podía leer frases cortadas sin acabar, y pensé que en eso había quedado
reducida la historia de la ciudad, decidí recoger el papel, ponerlo en mi
bolsillo y llevármelo conmigo.
Seguí sin rumbo, tuve miedo de olvidar ese
pequeño pedazo de papel que llevaba en el bolsillo o de confundirlo con un
pañuelo, tanto miedo me dio hambre. Los menús estaban tan caros que preferí
comer con los ojos y no con la boca, bastaba detenerme un par de minutos
delante de un aparador para hacer eso.
Luego de eso seguí mi camino sin ningún
rumbo.
DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO
De: Luis c. Torrico
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