Mi piel se ha puesto
más blanca de lo normal últimamente, aun así tras unos lunares rojos dejo salir
mi sonrisa, pero no se me quita la cara de serio que tengo. Ahora me pongo la
camisa, la dejo suelta sin metérmela dentro del pantalón y para disimular mi
cabello despeinado y mi cara mal lavada desde no sé cuándo, tomó la gorra y me la encajo en la cabeza, y
dejo que de mi boca salga en voz baja la frase: “Bueno, ahora si ya estoy
listo”.
Un rápido descenso por
las escaleras cambia la temperatura de mi cuerpo y eso cambia mi humor (a un
humor de perros). Cierro la puerta tras de mí y me siento como un pugilista
listo para entrenar los puños dando golpes al viento, y me alejo de ahí dando
un suave trotecito para calentar mi cuerpo otra vez, a ver si eso vuelve a
cambiar mi humor de esta mañana.
Mi vos tosca raspa mi
garganta y al salir pastosa de mi boca pregunto a una extraña si quiere ir al
circo a ver las bestias, con cara de indignada se aleja rápidamente de mí lado,
y el extrañado soy yo porque lo único que quería era regalarle para la entrada
al circo que llego el fin de semana pasado a la ciudad, y en la cual hay un
espectáculo que lo denominan “de las bestias” y que a mí por lo menos, me
pareció lo más interesante que he visto en cuanto a espectáculos circenses se
refiere.
Pero esa chica se
aleja como desesperada y al dar vuelta la esquina da un grito de espanto, como
sea, lo mejor será olvidarla pronto o volverá mi mal humor. Ahora quizá deba ir
por un pan al horno de don Eustaquio, aunque en verdad a él nunca le interesa
venderme una pieza de su pan, piensa que soy tan pobre que no me alcanza más
que para comprarle una sola pieza de pan. En realidad no me gusta el pan, lo
que me gusta es ir al parque, subirme en medio del puentecito y echar migas de
pan a los patos que nadan en la laguna del parque, tan simple como eso.
Mientras voy por la
calle una extraña me tuerce los ojos, yo me detengo y la miro de frente, la
miro y me dan ganas de torcerle los pezones. Luego paso de frente sin decir
nada agachando la cabeza, paso de prisa, paso casi escapando de su mirada, paso
casi soltando sus pezones, paso y cruzo la avenida como si nada hubiera pasado
entre esa extraña y yo. Y el incidente pronto queda olvidado.
Cruzando la avenida
aprovecho para entrar al mercado, en realidad nunca compro, lo que en verdad me
interesa es ir a ver a la frutera vender sus frutas, me suena lacónicamente
encantadora su vos rogona que suelta ante los compradores, paso y repaso por su
puesto de frutas, veo sus ricas naranjas, ella me mira no sé qué pero cada vez
que lo hace me sonríe, nunca me ofrece nada, será porque sabe que no voy a
comprarle, pero siempre termina regalándome una de sus naranjas, será que me la
regala a cambio de que siga pasando y repasando por su puesto. Entonces me
alejo del mercado y me voy por la calle chupando el jugo de la naranja.
Es terrible pero a
pesar que tomo vitamina c directo de la naranja, siento mi garganta inflamada,
anoche sude mucho, anoche corrió sudor por mi espalda, anoche, escapar no me
dio tiempo para cuidarme ni de la temperatura que me dio. Pero así comienzan
todas las enfermedades.
Siempre que paso por
el acuario, siento que los peces pasan muy delicadamente cerca de mí, tan cerca
que casi puedo sentirlos en mi piel, y siento que sus escamas se confunden con
mi piel seca, y que son sus escamas las que caen de mi cuerpo como un polvillo
blanco cada vez que me cambio la camisa; el agua del acuario no me gusta, el
agua del acuario esta pestilente y verdosa, los peces sufren, me solidarizo con
los peces, mi piel de pescado se solidariza con la piel de los peces. Soy un
pescado en un acuario sucio y fétido, lleno de tiburones y pulpos con largos
tentáculos, me pregunto si los peces del acuario se solidarizan conmigo y por
eso me miran con esa mirada tan compasiva desde sus pequeños ojos redondos.
Una extraña con el
pelo teñido de rojo mira a medio mundo cerrando y abriendo los ojos, mira
sonriendo, mira solamente hombres, mira en medio de la calle parada como una
estatua humana, mira como pidiendo algo a cambio, todos pasan de largo, ninguno
se queda a sostenerle la mirada, parece que estuviera pidiendo intimidad con los ojos, parece una
huérfana, parece una indigente, pero no para de sonreír como una boba, parece
una loca, si no la conociera diría que es una libidinosa en busca de algún
patán aprovechado, pero su patán y aprovechado soy yo, así que me la tengo que
llevar a casa casi a empellones para que quite esa sonrisa de su rostro.
La pelirroja escapo
muy joven de la casa de su padrastro y fue a dar a las escaleras muy cerca de
mi puerta, desde que la invite a pasar el placer fue su vocación, pero aun y
así sigue siendo una desconocida para mí porque se presentó con un nombre
ficticio y hasta el día de hoy no ha querido decirme ni su nombre verdadero, ni
mucho menos su apellido, ni porque lleva el apellido de su padrastro con una
“de” por delante.
Al final eso no me
pareció extraño porque mi vida ha estado llena de extrañas, todas las faldas
cortitas que he conocido siempre han llevado nombres extraños y solo nombres,
como si el resto de su personalidad fuera un anónimo perdido u olvidado en alguna
de las esquinas que trabajaban.
Entre otras cosas, al
volver a casa, me quitare la camisa, tirare la gorra porque me quedo ajustada,
cerrare todas las cortinas, me recostare en la cama y en silencio, con la
pelirroja a mi lado, fingiré que es una noche muy oscura y me pondré a dormir.
Mirándola a ella,
soñare que los cabellos rojos son pasto y me pondré a masticarlos hasta quedar
profundamente perdido entre luces redondas multicolores y no despertare hasta
que la pelirroja se haya quedado calva.
DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO
De: Luis c. Torrico
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