Voy a meter cuchillo
a esta enfermedad para que sea más corta,
voy a acuchillar esta piel para amputar aquello que aqueja, voy a
separar con el cuchillo mi vida de esta enfermedad, una extirpación fina de
esta piel me dará buenos resultados. La primera puñalada debe ser certera para
no desangrarse, ya una vez abierta la herida debe ser posible ver a la
enfermedad, de no ser así, debo buscar con la punta del cuchillo entre la piel
y el musculo sin llegar a los intestinos, tendré que hacerlo rápido para no
sangrar mucho porque de lo contrario perderé el sentido y todo quedara en nada.
La piel rasgada
profundamente y el musculo expuesto es el primer indicio para encontrar la
enfermedad, todo padecimiento se justifica, todo dolor y todo sufrimiento se
hace necesario. La sangre que arda en su propio calor y que caiga a gotas nos
abrirá el paso más y más adentro, hasta que se hunda la punta filosa del
cuchillo y la sensación del fierro despierte el cuerpo por dentro, la herida es
la esperanza para descolgar de este cuerpo: las inclemencias, sañas, fobias, aborrecimientos,
repugnancias, todas una sola enfermedad a la vez, una enfermedad ajena pero que
aqueja mi cuerpo.
A cuchillo y con la
mano temblando, así voy a sacarme este malestar, como una mancha negra
entintada de sangre o como una impureza que cuelga como flema desde adentro. Sin
miedo me abriré la herida que me ha de enseñar a gritar descomunalmente, y la
sangre en la punta del cuchillo me ha de enseñar a ser más fuerte que esta
enfermedad, este padecimiento me enseñará, entre otras cosas, a ya no tener
miedo.
Porque… ¿Qué sucede
cuando la enfermedad te arrebata la vida misma?
Lo que este cuchillo
me quite será poco comparado con lo que me ha quitado ya esta enfermedad, más
puñaladas he recibido de la vida que de este puñal, las palabras como los
sueños suelen tener el filo de un cristal roto que, una vez en tu cuerpo se
incrusta, se quiebra y se incrusta aún más.
Ahora sudo
intensamente y siento calambres en las manos, me siento ofuscado y aturdido,
pero no debo dejar de buscar a la enfermedad para separarla de mi cuerpo, tengo
que hundir el cuchillo donde más duele porque ahí está la enfermedad, este mal ha
estado doliendo todo este tiempo y tengo que sacármelo. No voy a perder el
sentido, no voy a caer, voy a dejar que el cuchillo entre más adentro, no voy a
dejar de gritar, voy a conmocionarme pero aun así voy a seguir.
Siento nauseas,
siento que la vista se me nubla, me siento débil pero este cuchillo empuñado es
toda la fuerza que necesito, este cuchillo es mi fortaleza para seguir y
perseguir a la enfermedad que se oculta detrás de mi piel y que se acumula
dentro de mi cuerpo, por eso no renunciaré a mi propósito de arrancarla de
entre mis entrañas.
Con este dolor
incontenible, no voy a reprimirme y voy a gritar, como animal moribundo lleno
de dolor voy a quejarme, pero voy a clamar también, y lo voy a hacer a gritos,
para que esta enfermedad salga de una vez por todas de mi cuerpo, voy a pedir
con furor que se vaya y que al fin me deje vivir en paz, que ya me deje
tranquilo.
Y aun cuando la
agitación y el dolor hayan gastado todas mis fuerzas, aun así seguiré sacando
esta enfermedad de mi cuerpo con este cuchillo empapado de mi sangre, y aun
cuando este cuchillo haya gastado su filo en mis entrañas, aun así seguiré
desquiciadamente escarbando en mis entrañas.
Desquiciado quizá por
la locura que el dolor me produce, arrebatado de mi juicio por encontrar la
enfermedad, agobiado y enardecido continuaré desgarrando mi cuerpo a mansalva.
Desgastado por la enfermedad
me aproximaré al desfallecimiento, casi moribundo, seguiré gritando y
sangrando, cansado, miraré por última vez el cuchillo y le pediré que saque de mí
la enfermedad o que se lleve mi cuerpo.
DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO
De: Luis c. Torrico
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