miércoles, 16 de septiembre de 2015

HOTEL RURAL


Saqué mi pierna de la cama, en mi tobillo había un beso, saqué la mano para tocarlo pero cuando llegue hasta el punto con mi mano ya no estaba, solo estaba el frío en mi pantorrilla. Las paredes se volvieron rosadas del frío, yo tenía el cabello alborotado y el cuerpo sucio, la cama me quedaba chica el cuarto demasiado grande, alcance solamente hasta ver la luz del frío detrás de mis sabanas, luego, el resto, era todo un misterio.

Una retratista hacía falta ahí para que me sacara una foto con el móvil, pero esa retratista hubiera terminado conmigo en la cama, supongo que más por el frío que por la urgencia de nuestros cuerpos. Al borde de la cama en el piso, había un montón de ropa amontonada, debo de suponer que toda esa ropa era la que me quite anoche, y debo de dar por hecho también que ahí están mis calzoncillos, pero siento mucha pereza para sacar la mano y buscarlos, prefiero seguir congelado hasta los ……

La cama es muy delgada, no sé cómo me ha soportado toda la noche y aun no se ha tumbado con mi peso, quisiera dar uno de esos saltos de película desde la cama y que ésta se desplome apenas lo haga, pero estoy muy ocupado haciendo nada con mi móvil en las manos, aparte que hace mucho frio para darme esa molestia.

Hay restos de jabón húmedo en mi cuerpo, pero no hay olor a jabón, de repente todo esta empañado de jabón, los muros, los pocos muebles, hasta la ropa que tengo en frente y el piso también tiene restos de jabón húmedo por todos lados. Será que tengo los ojos empañados de jabón húmedo y por eso me dolían tanto anoche mientras intentaba conciliar el sueño entre el frío y un libro en mis manos, del que a estas alturas no he podido averiguar ni su título.

He visitado las hojas de ese libro y me han parecido los muslos dibujados de una mujer, donde al tocar las palabras encuentras más bien dibujos hechos a mano encima de la piel, huelo el forro de este libro y su vientre si tiene olor a jabón, es un vientre bien perfumado, un lomo bien estrecho, húmedo de sudores e historias que se cuentan como huellas en cada una de sus páginas, el lomo y las caderas las cierro entre mis manos, la piel del forro del libro me parece terciopelo, se llena de calor al contacto de las yemas de mis dedos, es un libro con piernas largas, cada una de ellas se puede contar desde la tapa hasta la contratapa, yo sólo conté 50, es un libro de piernas largas pero corto, fácil de amar conforme se pasan por sus hojas como si fueran entrepiernas.

Pasando entre sus hojas encuentro algunas entrepiernas semitransparentes, que dejan ver lo que está escrito en el reverso. Paso mi mano por esa entrepierna y otra vez hallo palabras que a mi tacto parecen dibujos hechos a mano alzada, pienso que este libro está mal hecho, pero quizá sea la mano del que intenta leerlo la que esta mal hecha, o tal vez se deba a que en la yema de mis dedos no llevo ojos.

Como quiera que sea mañana deberé dejar este libro, porque deberé dejar este cuarto, porque es solo de paso. Debo dejar este libro pero no encuentro la mesita de noche o el velador al lado de la cama, si supiera donde encontré este libro anoche sabría donde dejarlo, pero lo más seguro es que el libro me encontró a mí y él es quien deba dejarme, le preguntaré cuando se le haya pasado la resaca y esté en condiciones de decirme dónde nos juntamos anoche. Dudo mucho que haya sido fuera de este dormitorio porque tiene las paredes rosa y está lleno de toques femeninos.

Me pongo a ver alrededor con mis ojos húmedos de jabón y me detengo a pensar que quizá lo único masculino en este dormitorio de hotel sea mi ropa, aparte de mi cuerpo por supuesto, porque el cuerpo del libro está constituido por capítulos femeninos, que tal parece, anoche estuve hojeando apasionadamente con mis manos. Recuerdo que justo al llegar a medio libro, es decir en el ombligo, encontré un extraño pircing de palabras inoxidables que resistieron a la humedad de mi lengua, y luego de mucho releer ese pircing pase de largo para terminar más abajo, donde el libro precisamente tiene olor a jabón.

Como quiera que haya sido, creo que esta mañana confundí el final de este libro con mi propia pierna y el beso que se esfumo de mi pantorrilla era en realidad un efímero beso mío, como aquellos que acostumbro a dar para no enamorarme. Como sea, ahora hace frío y si el libro que se encuentra recostado a mi lado no se predispone a abrir los ojos por la resaca que trae encima, entonces yo mejor me cubro con las sábanas hasta por encima de los ojos y también me quedo descansando, porque además, hace mucho frío.


DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO

De: Luis c. Torrico

No hay comentarios:

Publicar un comentario