Tengo unos 150 denominados
“amigos” en Facebook y a todos debería de pedirles perdón por haberlos
encasillado en esa denominación de “amigos” porque sin embargo tenerlos ahí
significa, tenerlos como cuadros vacíos o como posters coleccionables en mi perfil,
simples cuadros de los cuales vanagloriarme por la cantidad que tengo como un
buen coleccionista de eso que hoy gracias a Facebook llamamos “amigos”.
Voy al Messenger y me
fijo que 9 de mis llamados “amigos” están conectados en este preciso instante,
pero con ninguno de ellos voy a entablar conversación porque no sé de qué podría
hablar con ellos. Entonces salgo de ahí inmediatamente, casi escapando para que
ninguno de ellos note mi presencia.
Y aparece en la
pantalla de mi móvil la lista de contactos que tengo en el WhatsApp, porque en
esa aplicación deje precisamente abierto el móvil esta mañana. Al fijarme bien
en todos esos nombres y números con sus fotos en los círculos pequeños, no supe
a cuál de ellos darles un clic para iniciar una conversación porque casi nunca
hablo con ninguno ellos y lo más seguro es que ya ninguno de ellos se acuerda
de mí.
Hoy me siento
particularmente solo y deprimido, tan solitario con mi móvil en la mano que
casi y tengo ganas de llorar.
DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO
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