En nuestra mesa hay
bebidas de diferente calibre, desde cerveza verde, negra, ron de caña, ron de
lata y ron de botella plástica, y otras bebidas con botellas estrambóticas, unas
frituras de bolsa, nachos de bolsa, y papas fritas de paquete cilíndrico; todas
abiertas con anterioridad y sin fecha de caducidad a la vista, hay también fotografías
antiguas, esas en papel y a todo color y hay fotos más recientes en pantallas
de Smartphone, hay finalmente unos cigarrillos encendidos y unas cuantas
píldoras perdidas entre tantas cosas puestas sobre la mesa.
Faltó decir que
estábamos leyendo pasajes de la novela de Tao Lin, y los infaltables poemas de Mira
Gonzales entre otros grandes de la ALT LIT. Sus textos viajaban entre las
pantallas de nuestros Smartphone (cabe aquí agradecer a los blogueros,
traductores y demás que hacen posible tener estos textos al alcance de la mano).
Entre las lecturas de
nuestras pantallas vienen los tragos y las fumadas de nuestros cigarros. El
verso de la boca vuela junto al humo del cigarro por el aire, solo que el verso
no se disipa, el verso permanece, es el verso afilado de Mira que nos inspiran
consumir tragos llenos sin siquiera expulsar el humo de nuestros cigarros.
Y esa melancolía
hecha prosa de Tao nos pone esquivos, atolondrados, perdidos en una desolada
tristeza ajena; y un verso anónimo encontrado en los comentarios nos deja secos,
con los semblantes pálidos, perdidos un poco en el alcohol otro poco en la
ignorancia.
En ese momento
recordé una novia que tuve, era tan floja para la lectura que se pasaba la vida
viendo MTV agarrada de una pipa y una botella de wiski siempre a medio llenar,
a las tres de la tarde ya andaba tan perdida que se reía de los anuncios
publicitarios y lloraba a las tres de la mañana con cada ruido que provenía de
la calle mientras se quejaba sentada por no poder dormir con la luz apagada.
Recuerdo también una
amante que tuve, para ella, llegar a la cama siempre era la primera vez,
ocultaba sus pequeños pechos cruzando los brazos encima, ocultaba sus ojos
picaros bajo unas gruesas gafas, pero lo que nunca ocultaba aunque si lo
disimulaba, eran las ganas que sentía por repetir una y mil veces su primera
vez en la cama; para luego terminar acomodándose desnuda sobre la cama, y
ponerse a leer poemas románticos en una de sus páginas web favoritas.
De repente el mundo
nos deja tan solos alrededor de la mesa; el uno se sumerge en el humo de su cigarro,
el otro se queda repitiendo una y otra vez el mismo verso intentando acabarlo y
el más mundano se ahoga entre el alcohol y las píldoras que ha encontrado encima
la mesa, y yo, siento que la imaginación es gorda y la creación absurda, tonta
la floja y letrada la inocente, pero ninguna ajena a la soledad y su desdicha,
porque la soledad nos consume a todos por igual, de eso no queda duda.
DE LA SERIE: LOS RELATOS DE GUALDO
De: Luis c. Torrico
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