DE LA SERIE: LOS RELATOS DE ELEONORA
De: Luis c. Torrico
Tomo té y aspirina en la cocina. Luego paso a
donde resplandece la televisión encendida desde anoche. -Aparato inútil incapaz
de mostrarme por completo la vida.
Tendré que pegarme otra vez a la ventana,
escuchar algún susurro que rompe el silencio de la tarde, y luego de varias
horas esconder mis ojos al hastío de la tarde transcurrida, vieja herida no
escuchar la radio desde hace días, escuchar todas esas canciones compasivas
como basura enlatada de falsas esperanzas, idiotez que lamentablemente extraño.
Pasaré a recostarme en el sillón con la intensión de relajarme y volver a
quedar dormida.
Nada hace falta en mi silencio sepulcral y
oscuro, el ruido tendría que arrastrase hasta desaparecerse, tendría que doler
este dolor y no doler por falta de ruido, tendría que amanecer y no escucharse
a las gentes yendo y viniendo allí fuera. Ningún ruido es necesario, el ruido
es una costra que deja marcas, el ruido es un insulto en un grito, el ruido es
una vergüenza bien mantenida, es la verdadera mentira con la cual todos
pretendemos vivir bien una porquería de vida mal hecha.
A veces quisiera coserme la boca, cortarme las
orejas como Van Gogh, ni siquiera respirar con tal de no hacer ruido,
porque vivir en paz es estar en silencio, y no levantarse de la cama o del sofá
produce una sensación absurda y maravillosa. Pero lamentablemente el ruido no
me deja dormir y tengo que levantarme, con todo el asco que siento de hacerlo,
salir de mi cama todas las mañanas significa llenarme de ruido y eso me
enferma, quisiera no tener que hacerlo, o no poder hacerlo.
Imagino una mujer postrada en
cama, una enferma del cuerpo que no tenga que levantarse nunca de la cama; y
siento que ya no me hacen falta estas piernas. Un cuerpo débil y una mujer
libre de la vida sería realmente maravilloso, y ya comienzo a imaginar mi enfermedad.
Invento mi propia paraplejia, soy mañosa y mañana ya no me levantaré de la cama
ni siquiera para ir al baño, las espinas del ruido ya no dolerán, o más bien
sustituyo el dolor de ruido por el dolor de espalda.
Inventar mi enfermedad sería de
lo más ingenioso, se me atrofiarían todos los músculos porque así yo lo dispongo,
dejaría mis huesos de lo más extraviados a cualquier hora, hasta podría
descubrir algún síntoma nuevo; como el mareo y el estómago revuelto a causa de
la inutilidad de mi cuerpo, vomitaría cuanto entre a mi estómago incluido los
supositorios aunque estos no venga directamente de mi boca, inventaría dolores
miles en miles de puntos erógenos de mi cuerpo, y es que solo me familiarizo
con estos puntos de mi cuerpo y no con el resto.
Al final esta paraplejia será
mía, y solo yo la sentiré con tal de no sentir ningún ruido y quedarme en la
cama, estando en esa circunstancia mi estado emocional sería mucho mejor, ya no
gritaría de dolor sino que dejaría que otras emociones salgan desde mi
interior, pero al igual que un dolor físico intenso dejaría que esas emociones
me martiricen hasta hacerme perder la conciencia o la gordura, o ambas cosas.
No obstante y llegado a este
punto, tendría que reconocer que, esta enfermedad con tal fiereza ha arrancado
de mi vida la paz interior al igual que el ruido, y entonces tendría que
reconocer que he vuelto a ser la misma excesiva, explosiva e inconsciente de
antes a causa del dolor. Y que para dejar de ser explosiva necesito mi silencio,
como única medicina para todos mis males. Reconocer que aunque quiera nunca
podré tener esa mi medicina en ración completa y que siempre estaré enferma a
causa del ruido y de otros depresivos desvaríos.
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