DE LA SERIE: LOS RELATOS DE
ELEONORA
De: Luis c. Torrico
Hoy puede ser que cumpla con tu deseo de verme muerta, en este preciso
momento siento que me caigo, después de pararme para ir al baño siento que
camino en el vacío, mi caminar es impreciso, me tambaleo en una cuerda floja
inexistentes, camino entre huevos de codorniz que no existen, el ron estaba feo
pero el wiski estaba duro, debí de seguir con las cervezas que comencé esta
mañana, es tarde ya para arrepentirse mientras intento cruzar el corredor con
dirección al baño. Y justo ahora siento un extraño hipo que golpea fuertemente
la boca de mi estómago.
Me siento grave, espero llegar al baño antes que me ganen las ganas de
vomitar, lo peor que me puede suceder es caer en el piso del corredor y al
despertar no recordar nada, pero esta vez llegaré a tiempo y regresaré como si
nada a la mesa, esta vez para seguir con el ron y dejar de lado el wiski, y
adiós a las cervezas, quizá mañana me acuerde de ellas o quizá no. Pero por si
me caigo, que nadie se apene, ese será un accidente del que nadie tenga la
culpa, como el accidente de haber nacido, aunque de ese accidente si hay un par
de culpables sueltos, de los cuales, por desgracia, aun me acuerdo.
Es extraño pero también recuerdo, en este trance hacia el baño, una caída
que no sé realmente si paso o no pero igual voy a contárselas; yo estaba en
otro bar no en este que utilizo de casa mientras pasan los días, y justamente
andaba yo camino al baño, recuerdo casi entre nubes que, tras poner un pie
dentro de aquel baño de mujeres, mire chueco a una estúpida que me miraba
llegar mientras se arreglaba el pelo con una peineta entre sus greñas, al
instante nos odiamos en silencio y yo quise seguir mis pasos más adentro sin
darle mayor importancia, sobre todo para no seguir aguantando sus horrendos
ojos encima de mí, pero de pronto resbalé y fui a dar al piso, casi no recuerdo
el golpe pero recuerdo bien la humillación que sentí en frente de la greñuda,
ella lo primero que hizo fue mirarme como si nada pasara y siguió arreglando su
grasoso pelo, pero no pudo ignorarme y se quedó mirándome tirada en el piso, yo
casi no podía moverme y parecía que tenía un caparazón de tortuga que me
sujetaba al piso, aun así no me sentía indefensa pero la idiota no dejaba de
mirarme y a la vez seguía arreglándose el pelo con esa fea peineta, de repente
se asoma a quien sabe qué, me mira más de cerca y se ríe de mi desgracia, me daban
ganas de escupirla pero eran más mis ganas de vomitar, tenía los ojos
lagrimosos y no era de rabia, menos de impotencia, sino porque ya tenía el
vómito encima, y ella me asechaba como si fuera su presa y se reía al verme
así, quise levantarme a golpearla pero mi caparazón me pesaba en ese momento,
solo tuve fuerzas para mirarla fijamente con mis ojos llenos de ira y
balbuceante decirle: ¡vamos! Ahora invítame a morirme ahogada en mi propio vómito,
p...
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