De: Angel
Las últimas
chispas del cigarrillo caen sobre el lavamanos teñido de rojo. Levanto la vista
hacia el espejo, y apenas logro ver con lo empañado que está el cristal. Es una
figura muy delgada, de cabello desordenado, ojos llorosos, y una cicatriz en la
mejilla. Cuánto odio esa cicatriz...
Fue un día
como tantos, en el que mi padre llegaba ebrio a mi casa. Después de haber golpeado
a mi madre y a mi hermano, se dirigió hacia mí, con un cuchillo. Era el momento
que tanto esperaba, pues sabía que llegaría; pero mi reacción no fue la misma
que siempre imaginé.
Tomé a mi
padre por el cuello, y le asesté una patada en la rodilla. Con lo ebrio que
estaba, no tardó en caer de bruces al suelo, soltando el cuchillo. Me senté
sobre su abdomen, y lo miré directo a sus ojos, perdidos entre sus cejas
pobladas y su nariz enorme. Sí, está claro que mis facciones son de mi madre.
“¿Te gusta
esto?”, recuerdo haber preguntado, mientras tomaba el cuchillo y lo deslizaba a
algunos centímetros del ojo derecho, dejando caer la sangre sobre su rostro
enrojecido.
Le doy otra
bocanada al cigarro.
He olvidado
el licor en mi habitación… ¿cómo lo voy a disfrutar así? Aunque, pensándolo
bien, el alcohol disminuye el dolor, y eso es malo.. Bueno, ¿qué más da? El
cigarrillo me produce casi la misma sensación.
Le doy otra
bocanada, y entro en la bañera.
Me siento,
acunando mi cabeza entre mis rodillas desnudas, al igual que todo mi cuerpo.
Puedo ver el suelo húmedo de la tina bajo mis pies, tan blancos como la cal.
Vuelvo a llevarme el cigarro a la boca, la última vez, y lo arrojó al suelo,
junto a los demás. Frente a mis pies hay algunas tijeras con marcas rojas en
los bordes, y uno que otro cuchillo pequeño. Cuánto los extrañaba, instrumentos
de placer...
Oh, el olor
metálico a sangre se impregna en el ambiente con tanta dulzura…
Casi puedo
saborear la muerte; eso me estimula, y me excita en cierto modo. Oigo a lo
lejos el teléfono de la sala, seguramente es mi madre, para avisar que ya
llega… debo apresurarme. Abro el grifo, y el agua caliente cae sobre mí,
confundiéndose con mis lágrimas y llevándose consigo la sangre seca sobre mis
piernas.
Qué asco me
da el agua, me deja sin pureza, me limpia de sangre. Es solo líquido incoloro,
carece de ese sabor dulce, ese olor a hierro… Es tan asquerosa; la razón de mis
duchas casi inexistentes.
Tomo una
tijera, y la introduzco lentamente en mi antebrazo. El dolor se esparce
rápidamente hasta mi hombro, y me entumece un poco el brazo; es tan
satisfactorio que no dudo en volver a hacer un corte poco profundo un poco más
abajo, a centímetros de mi muñeca. Aún no veo sangre. Mierda, no veo sangre.
Cuando
caigo en la cuenta, el agua ya me cubre los tobillos y llega casi hasta mi
ombligo, haciendo flotar mis instrumentos a algunos centímetros del suelo de la
bañera.
Escucho el
auto de mamá estacionarse. Debo apresurarme.
Una lágrima
se desliza por mi mejilla, rozando mi cicatriz, y cae sobre el agua, dándole un
color carmesí hermoso. Vuelvo a tomar la tijera, pero esta vez el corte es más
profundo, y directo a la muñeca. Suelto un grito ahogado, de esos a los que ya
me acostumbré, y la sangre empieza a brotar de mi muñeca como las lágrimas de
mis ojos.
Parpadeo
lentamente algunas veces más, y cierro los ojos por última vez.
Glorioso sería poder terminar así de rápido con todo, preocupaciones, errores, alegrías... con todo. Hay quienes tendiendo el valor, lo intentan y lo intentan y siguen aquí, tal vez algún día, lo logren...
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