domingo, 19 de julio de 2015

SUICIDE

De: Angel

          
Las últimas chispas del cigarrillo caen sobre el lavamanos teñido de rojo. Levanto la vista hacia el espejo, y apenas logro ver con lo empañado que está el cristal. Es una figura muy delgada, de cabello desordenado, ojos llorosos, y una cicatriz en la mejilla. Cuánto odio esa cicatriz...

Fue un día como tantos, en el que mi padre llegaba ebrio a mi casa. Después de haber golpeado a mi madre y a mi hermano, se dirigió hacia mí, con un cuchillo. Era el momento que tanto esperaba, pues sabía que llegaría; pero mi reacción no fue la misma que siempre imaginé.

Tomé a mi padre por el cuello, y le asesté una patada en la rodilla. Con lo ebrio que estaba, no tardó en caer de bruces al suelo, soltando el cuchillo. Me senté sobre su abdomen, y lo miré directo a sus ojos, perdidos entre sus cejas pobladas y su nariz enorme. Sí, está claro que mis facciones son de mi madre.

“¿Te gusta esto?”, recuerdo haber preguntado, mientras tomaba el cuchillo y lo deslizaba a algunos centímetros del ojo derecho, dejando caer la sangre sobre su rostro enrojecido.

Le doy otra bocanada al cigarro.

He olvidado el licor en mi habitación… ¿cómo lo voy a disfrutar así? Aunque, pensándolo bien, el alcohol disminuye el dolor, y eso es malo.. Bueno, ¿qué más da? El cigarrillo me produce casi la misma sensación.

Le doy otra bocanada, y entro en la bañera.

Me siento, acunando mi cabeza entre mis rodillas desnudas, al igual que todo mi cuerpo. Puedo ver el suelo húmedo de la tina bajo mis pies, tan blancos como la cal. Vuelvo a llevarme el cigarro a la boca, la última vez, y lo arrojó al suelo, junto a los demás. Frente a mis pies hay algunas tijeras con marcas rojas en los bordes, y uno que otro cuchillo pequeño. Cuánto los extrañaba, instrumentos de placer...

Oh, el olor metálico a sangre se impregna en el ambiente con tanta dulzura…

Casi puedo saborear la muerte; eso me estimula, y me excita en cierto modo. Oigo a lo lejos el teléfono de la sala, seguramente es mi madre, para avisar que ya llega… debo apresurarme. Abro el grifo, y el agua caliente cae sobre mí, confundiéndose con mis lágrimas y llevándose consigo la sangre seca sobre mis piernas.

Qué asco me da el agua, me deja sin pureza, me limpia de sangre. Es solo líquido incoloro, carece de ese sabor dulce, ese olor a hierro… Es tan asquerosa; la razón de mis duchas casi inexistentes.

Tomo una tijera, y la introduzco lentamente en mi antebrazo. El dolor se esparce rápidamente hasta mi hombro, y me entumece un poco el brazo; es tan satisfactorio que no dudo en volver a hacer un corte poco profundo un poco más abajo, a centímetros de mi muñeca. Aún no veo sangre. Mierda, no veo sangre.

Cuando caigo en la cuenta, el agua ya me cubre los tobillos y llega casi hasta mi ombligo, haciendo flotar mis instrumentos a algunos centímetros del suelo de la bañera.

Escucho el auto de mamá estacionarse. Debo apresurarme.

Una lágrima se desliza por mi mejilla, rozando mi cicatriz, y cae sobre el agua, dándole un color carmesí hermoso. Vuelvo a tomar la tijera, pero esta vez el corte es más profundo, y directo a la muñeca. Suelto un grito ahogado, de esos a los que ya me acostumbré, y la sangre empieza a brotar de mi muñeca como las lágrimas de mis ojos.

Parpadeo lentamente algunas veces más, y cierro los ojos por última vez.

1 comentario:

  1. Glorioso sería poder terminar así de rápido con todo, preocupaciones, errores, alegrías... con todo. Hay quienes tendiendo el valor, lo intentan y lo intentan y siguen aquí, tal vez algún día, lo logren...

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